Ruta de la Ría Formosa

Ruta de la Ría Formosa

La Ruta de la Ría Formosa pasa por Faro, Moncarapacho y Olhao, entre otros puntos.

De Faro a Olhão pasando por el paraíso de las aves. Rechazamos el trayecto de diez kilómetros por la doble vía que pasa entre las ciudades e iremos dando un rodeo. Caramboleamos ensoñados entre las islas barrera, como pájaros.

Nos extasiamos en la Quinta do Marim, observamos la intimidad cotidiana de la gaviota de cabeza negra, de la cigüeña altiva que deambula, sin tocarlos, entre el mar y la tierra. Como las aves pescadoras africanas que allí veranean, adivinamos los peces que se mecen entre las islas.

Los saborearemos más tarde en tierra de pescadores, en el mismo lugar en el que intentaremos ver la apertura de la almeja y donde picotearemos del maná de los bivalvos.

En tierra somos viajeros en el tiempo: de la vieja Ossónoba y la más remota Milreu, al palacio de todas las fortunas, en Estoi, insólitamente rodeado de plantas y flores que parecen haber resistido a los siglos.

En el Algarve de ahora descubrimos otros algarves. El blanco caserío fuera de tiempo de Moncarapacho, el arte del barro y de los aceites en São Lourenço.

Nos aburguesamos en la Quinta do Lago y, de nuevo lejos de la civilización, a sus pies, respiramos el verde de Ludo, mientras buscamos las escasas sombras en el bajo paisaje del paseo que nos resta.

Entre la tierra y el mar, los hombres y los pájaros, nos llenamos del Algarve en el corazón de la Ría Formosa.

Resumen del Recorrido de la Ruta de la Ría Formosa

Dimensión del Recorrido: +/-102 km.

Itinerario: Faro » S. João da Venda » S. Lourenço » Almancil » Quinta do Lago » Vale do Lobo » Santa Bárbara de Nexe » Estoi » Moncarapacho » Quelfes » Olhão » Ilha da Culatra » Ilha da Armona » Ilha do Farol » Ilha da Deserta (Barreta) » Faro.

Acerca de la Ruta de la Ría Formosa

La Ruta de la Ría Formosa seduce al visitante por los contrastes de las planicies de agua que se forman entre la tierra firme y las islas de arenas volátiles y playas fabulosas. De gran contraste son también las ciudades de Faro y Olhão, una con su caserío de vetusta antigüedad y la otra entrañada en sol y sal, desde siempre ligada al mar y a la pesca. Navegando o caminando, los senderos de esta ruta nos descubren el maravilloso mundo del Parque Natural de la Ría Formosa.

El punto cero del recorrido se sitúa en Faro, una amplia ciudad de antiquísimo origen, con una fisonomía propia y una notable personalidad.

Su historia está marcada por innumerables terremotos, incendios, saqueos de piratería y acciones militares, pero la ciudad todavía seduce por su aspecto claro y sobrio.

Desde el siglo XVI, Faro es la capital del Algarve, protegida por el cordón de dunas de las islas de la Ría Formosa. A lo largo de los siglos y desde el periodo romano, momento en el que se convirtió en uno de los más importantes centros urbanos del sur de la Península Ibérica, su importancia se ha mantenido. El geógrafo árabe Rasis la consideró “entre las de igual grandeza, la mejor del mundo” de su época. Se desconoce con exactitud su origen, pero hay quien defiende que aquí se encontraba la mítica Ossónoba.

Rodeada por la muralla seiscentista, Vila Adentro −el casco histórico más antiguo de Faro− reúne algunos de sus más significativos valores del patrimonio cultural, convirtiéndola en visita obligada.

La entrada se hace por el Arco da Vila, una de las puertas abiertas en la muralla, situada junto al Palacio del Gobernador y donde accederemos a la Catedral, un edificio gótico (s. XII) con una torre que nos ofrece una bella vista sobre la ciudad. Enfrente está el Palacio Episcopal, palacio noble del siglo XVIII, de líneas sobrias pero de aspecto imponente, reconstruido después del terremoto de 1755.

A corta distancia está la casa consistorial, formando este conjunto arquitectónico una plaza amplia de proporciones elegantes. Una estrecha callejuela nos lleva al Convento de Nossa Senhora da Assunção (Nuestra Señora de la Asunción), con su bonito claustro.

Allí se encuentra el Museo Arqueológico y Lapidar Infante D. Henrique, en el cual destacan la Sala Islámica de entre diversas exposiciones permanentes.

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El Arco do Repouso, la puerta este de la muralla, nos conduce hasta el Largo de S. Francisco, donde el convento del mismo nombre fue transformado en Escuela de Hostelería y Turismo. La Porta Nova, a poniente, desemboca junto a la ría y el muelle.

La ciudad es rica en iglesias, antiguos palacios, museos y galerías, entre los que destaca la Igreja do Carmo (Iglesia del Carmen) que posee, después de la de Évora, la Capela dos Ossos (Capilla de los Huesos) más relevante del contexto nacional.

Las casas encaladas de blanco, con sus tejados a cuatro aguas o de tijera como los llaman los lugareños, los arcos y las calles estrechas son detalles que definen la arquitectura de la capital algarvía, visibles en Rua de Santo António y en el espacio peatonal que la rodea, animados por terrazas y tiendas cosmopolitas.

Dejamos Faro con la promesa de regresar para conocer, por ejemplo, la Playa de Faro, cuyo acceso se hace por el canal principal de la Ría Formosa. Siguiendo hacia el este por la EN 125, atravesaremos S. João da Venda y, prestando atención a las indicaciones de la carretera, en poco tiempo estaremos en S. Lourenço, cuya iglesita está totalmente recubierta de azulejos del s. XVII que enmarcan el altar de talla dorada y ocho paneles figurativos.

Almancil es la puerta de entrada a alguno de los más lujosos complejos turísticos del Algarve.

Seguiremos por entre los famosos edificios circulares de Quinta do Lago hasta la orilla del mar, para deleitarnos con los recorridos peatonales que están diseñados para permitir la apreciación de centenares de aves, flores exuberantes, matas de pinos y grandes lagos de agua dulce. Momentos de extraordinaria belleza natural, en especial, al amanecer o bajo el encanto de la luz del sol poniente.

Igualmente accesibles son casi todos los deportes, desde la equitación hasta la vela, destacando el golf. Las amplias playas poseen innumerables atractivos y una rica oferta en términos gastronómicos.

Podremos regresar a Almancil haciendo un pequeño desvío por Vale Garrão y Vale do Lobo, destinos turísticos cosmopolitas, pero integrados armoniosamente en el paisaje.

Durante el regreso por S. João da Venda, optaremos por dejar la EN 125 y seguir hacia el norte, atravesando Esteval y siguiendo hacia Santa Bárbara de Nexe, situada en la mitad de la ladera de la serranía, sirviendo de transición hacia el barrocal algarvío. La próxima parada será en Estoi.

La joya de esta gran aldea es sin duda el “Jardín”, nombre con el que se conoce al conjunto de jardín y palacio, catalogado como inmueble de interés público.

Este complejo es una suntuosa construcción del s. XVIII, uno de los mejores ejemplos del periodo romántico.

La Iglesia Parroquial (s. XVI/XVII), rodeada de construcciones de arquitectura popular, ofrece en lo alto de su campanario, en plano superior al del palacio, un panorama encantador, deslumbrante en la época de los almendros en flor que en los alrededores forman grandes pomares.

La tradición de la Festa da Pinha (Fiesta de la Piña) por Semana Santa, que se inició en el tiempo de los arrieros, tiene un curioso ritual. Se engalanan las carrozas y los caballos, y el cortejo va desde la aldea hasta el Pinar de Ludo, próximo al litoral. Allí se encienden grandes hogueras, en las que se queman ramos de romero perfumado, alrededor de las cuales se celebra una comida y un animado baile popular.

A 1 km se encuentran las Ruinas de Milreu (s. II d. C.), vestigios de una fastuosa villa romana de un patricio, donde podemos encontrar termas con mosaicos policromados y las ruinas de una basílica cristiana del s. IV, construida sobre el templo romano. En el Centro Interpretativo podrá encontrar toda la información sobre el complejo.

El desvío hacia Moncarapacho está situado junto a la plaza de la Iglesia de Estoi y bastará recorrer 9 km para llegar allí.

Aprecie los setos de granados que terminan al lado de la Alfarería de Moncarapacho, una empresa familiar de artesanos creadores de piezas típicas. Un lugar ideal para llevarse un recuerdo del Algarve.

La aldea posee algunas casas del siglo XIX y principios del siglo XX, y la Iglesia parroquial edificada en el siglo XV es una ampliación de la primitiva capilla gótica. El Museo Parroquial, anexo a la Capilla del Espírito Santo, incluye además de un conjunto de interesantes piezas de arqueología y etnografía local, una valiosa colección de imaginería religiosa de los siglos XVI a XVIII, siendo su principal atracción el nacimiento napolitano setecentista de 45 piezas.

Nos llevará solo 6 km alcanzar la cima del Cerro de S. Miguel (Barranco de São Miguel), a 411 metros de altura, desde donde se vislumbra uno de los más bellos panoramas del Algarve.

Del breve paso por Quelfes nos encanta el verde de las higueras y de las viñas que envuelven la población que, en las calles que rodean la iglesia, todavía conserva casas de paredes blancas y chimeneas con rendijas. En las proximidades se encuentra el puente de origen romano reconstruido varias veces donde, en 1808, las tropas napoleónicas fueron derrotadas en un combate, punto de partida para la sublevación de todo el Algarve.

Una de las ciudades que más atractiva se muestra desde el Alto del Cerro de S. Miguel es Olhão, con sus casas de azoteas y minaretes, una red de cubos blancos que le valió el epíteto de ciudad cubista.

Olhão exige una visita con tranquilidad, para recorrer las esquinas, los callejones y el laberinto de estrechísimas callejuelas y travesías.

El origen de la palabra “Olhão” se remonta a los siglos XV/XVI. “Logar de Olhão” poseía agua en abundancia y atrajo a pescadores que allí se establecieron. El escritor Raul Brandão la describe como “una ciudad entrañada en sal y sol”.

La visita a la ciudad del mar debe terminar en la carretera de la costa junto a la ría, refrescada por jardines y terrazas entre las que destaca el ambiente colorido del Mercado Municipal, que de día cumple su tradicional función y de noche acoge una animada vida nocturna. Es un espectáculo de colores, aromas y sabores, un placer para los sentidos.

Junto al tejido urbano tradicional, la Iglesia parroquial datada de 1695 declara en la fachada que “Costeada por los hombres del mar de este pueblo se hizo este templo en el que solo había unas cabañas”. Esos mismos pescadores construyeron en el siglo XVII el primer edificio de albañilería, la Ermida de Nossa Senhora da Soledade (Ermita de Nuestra Señora de la Soledad).

Desde la torre de la Iglesia parroquial se contempla el impresionante panorama de la construcción tradicional de las casas olhanenses, como cubos superpuestos, azoteas para el secado del pescado y miradores para vigilar el mar. En otras calles y avenidas, hay nobles fachadas enriquecidas con azulejos, barandas y hierros forjados.

En cualquier lugar de la ciudad, a veces en un sencillo restaurante o en un bar de tapas, llegan a nuestra mesa platos de la cocina tradicional de confección tal vez sencilla, pero de paladar inolvidable.

Todos los mariscos participan en la gastronomía de Olhão, desde el xarém con conquilhas (almeja fina), a los calamares rellenos al estilo de Olhão, los guisados de cazón o negrilla, el arroz con navajas, las sepias con habas o las famosas cataplanas en sus numerosas versiones, una cocina de pescadores llena de saberes. La importancia del marisco en estas tierras es de tal orden que merece todos los años, por agosto, los honores de un festival. Los dulces también son una tentación. Galletas borrachas, cuya receta contiene aguardiente, higos rellenos, bollo de higo, empanadillas y bollo de naranja y almendra son sabrosas maneras de terminar una comida.

Irresistible es la propuesta de conocer la sede del Parque Natural de la Ría Formosa. Partimos a lo largo de un sendero que permite observar aves migratorias y plantas enraizadas en los suelos secos o anegadizos.

Los famosos perros de agua, especie autóctona que estuvo a punto de desaparecer y cuya cría garantiza el parque, es otro de los atractivos. El molino de marea murmura canciones líquidas según el mar sube o baja.

El chalé del pintor João Lúcio, rodeado por un misterioso pinar, presenta una arquitectura esotérica y llena de simbolismo. Dentro funciona una ludoteca.

El Parque Natural de la Ría Formosa abarca cerca de 17.000 hectáreas, desde Cacela Velha a Ancão, y es una puerta hacia el descubrimiento del maravilloso universo de la fauna y la flora de esta zona del litoral algarvío. El Centro de Información e Interpretación, instalado en la Quinta de Marim, a 1 kilómetro de Olhão, posee un museo y exposiciones dignas de ser visitadas. Pero la mayor de las tentaciones es un crucero por los canales de la ría hasta la Ilha de Culatra, la Ilha de Armona y la Ilha de Farol, o incluso hasta la Ilha de Fuzeta.

Las arenas doradas se extienden hasta el infinito, con la espuma de las olas esparciéndose, ligera y blanca.

No hay palabras para describir el pequeño paraíso que es Ilha Deserta (Barreta) y una forma perfecta de terminar esta Ruta sería este paseo por los canales.

Decenas de playas impolutas, cálidas y en su mayoría desiertas.

Ya de vuelta a Faro, bien por mar o por carretera (en ese caso utilizaremos la EN 125), la gastronomía de la capital ofrece voluptuosos bivalvos, almejas y conquilhas (almeja fina), seguidos de una sopa de pescado típica, un apetitoso arroz de navajas o, como alternativa a la cataplana de rape o de marisco, unas sepias fritas en su tinta, platos deliciosos y muy apreciados.

También habrá tiempo para perdernos en la animada noche de Faro, en la que los jóvenes de la Universidad del Algarve, con irreverencia y clase, protagonizan una movida divertida a la que no es ajena una amplia oferta cultural.

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